Maria Gomez
La película sigue a Verónica (interpretada por María Onetto), una dentista de clase media-alta en una provincia del norte de Argentina. Un día, mientras conduce distraída por una carretera rural, siente que atropella algo. Mira brevemente hacia atrás y ve lo que parece ser un perro en el camino, pero no se detiene para comprobar. A partir de este incidente, Verónica entra en un estado de confusión y desconexión. Comienza a sospechar que quizás no atropelló a un perro, sino a un niño, después de escuchar noticias sobre la desaparición de un joven en la zona. Este pensamiento la atormenta pero no lo comparte con nadie. Durante los días siguientes, actúa de manera extraña y distante. Su familia y entorno social (todos pertenecientes a la clase privilegiada argentina) notan su comportamiento alterado, pero en lugar de abordar directamente el problema, comienzan a cerrar filas alrededor de ella. Cuando Verónica finalmente visita el hospital donde trabajaba, no encuentran registros de su presencia allí, y gradualmente sus familiares y amigos parecen borrar cualquier evidencia que pudiera vincularla con el posible accidente. La película explora cómo la clase social de Verónica permite que la verdad sea ocultada y cómo ella, poco a poco, vuelve a integrarse en su vida normal, aunque internamente sigue atormentada por lo que pudo haber sucedido. Martel nunca revela explícitamente si Verónica realmente atropelló a alguien o las consecuencias exactas del incidente, dejando al espectador con una sensación de ambigüedad e incomodidad moral. Lo que más me impresiona es cómo Martel construye una tensión psicológica asfixiante a través de elementos formales: encuadres desconcertantes, sonido ambiente inquietante y una fotografía que enfatiza la desconexión de Verónica. La cámara frecuentemente se centra en partes del cuerpo o captura a los personajes desde ángulos incómodos, reflejando el estado mental fragmentado de la protagonista. La película es brillante en su exploración de la culpa, el privilegio de clase y los mecanismos de autoprotección social. Martel nunca moraliza explícitamente, sino que invita al espectador a ser testigo de cómo las estructuras sociales operan para proteger a sus miembros privilegiados. El silencio cómplice de la familia y entorno de Verónica resulta más perturbador que cualquier condena explícita.